EL SUSTO DE MI VIDA
No sabía montar caballo, pero
era osada. Años atrás me había ocurrido el primer percance con estos
inteligentes cuadrúpedos.
En una excursión organizada
por el colegio de monjas donde estudiaba, llegamos a una hacienda grande. Éramos
puras niñas en edad escolar con ganas de diversión y aventuras.
Al lugar donde estábamos
reunidas llevaron un hermoso caballo blanco, supuse que lo hicieron para que lo
montáramos, puesto que estaba ensillado. Ninguna niña se atrevía, unas por
timidez, otras por temor, sin embargo, hubo una audaz que se ofreció a
montarlo. -¿Se imaginan quien tuvo el valor?, - acertaron, porque fui yo la
valiente.
Sin pensarlo me subí al
caballo, me agarre de las riendas y de repente, el caballo levanto las dos
patas delanteras y la valerosa niña también de repente se puso a gritar. Todas
la rodearon, sujetaron al animal y bajaron a la jinete temblando de miedo.
Transcurrieron varios años,
el incidente paso al olvido y yo, me había convertido en una adolescente.
Una tarde de verano se
apareció en la casa, un amigo montando un caballo y con otro sujetado por la
rienda. Toda emocionada y sin dudarlo, decidí dar una cabalgata alrededor de la
cuadra.
Cabalgábamos en los dos
caballos, uno al lado del otro, conversando tranquilamente, cuando de repente
el caballo que montaba mi amigo empezó a correr en dirección hacia la avenida.
Me imagine en fracciones de segundo, galopando en la avenida intercomunal con
un caballo desboscado, por donde circulan a gran velocidad automóviles y
camiones.
Previendo el peligro, logré
que el caballo cruzara a la derecha e inmediatamente me lancé del caballo que
corrió en dirección opuesta para seguir al otro.
Unos vecinos al verme en el
suelo corrieron a auxiliarme, afortunadamente y gracias a DIOS, solo tuve unos
raspones y un fuerte golpe en la rodilla izquierda.
Llegué a la casa cojeando,
donde mi familia estaba esperando ver pasar a una amazona en lomos del caballo.
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