miércoles, 2 de diciembre de 2015




EL VALOR DE SALVAR UNA VIDA

Leí por allí que para salvar una vida, solamente se necesita  ser humilde y sencillo, pero particularmente pienso que se requiere mucho más, como valor y espíritu de servicio. En esta historia que les cuento, eso se evidencia.
Nací y viví en San Carlos un pequeño pueblo, ubicado en las márgenes del rio Escalante, el cual, se caracterizaba por la vida tranquila de sus habitantes. Pueblo agropecuario que el rio separaba de otra población hermana. Allí,  las familias se dedicaban a la agricultura, a la pesca y a la ganadería.
Los niños asistíamos a la única escuela que había en el pueblo y éramos vigilados por el policía escolar, quien recorría las calles, la plaza y los lugares donde sospechaba que los chicos pudiésemos ir a jugar. Cuando veía a alguno vagando por el pueblo, lo llevaba de inmediato de regreso a la escuela y pasaba la notificación a los papas, en sus respectivas casas. El policía escolar nos conocía a todos y sabia donde vivía cada uno de nosotros.
En ocasiones nos poníamos de acuerdo para faltar a la escuela y poder  irnos a bañar al rio. Algunos de nosotros estábamos aprendiendo a nadar. Casi todos teníamos entre  once y doce años y estudiábamos en  el mismo salón de clases. Nos gustaba jubilarnos de clases e ir a pescar o a nadar. Lo interesante para nosotros era divertirnos  y la maestra que nos había tocado, para nada la considerábamos divertida.
En una mañana, cuando íbamos camino a la escuela, nos pusimos  de acuerdo para no entrar a clase; luego de haber decidido el punto de encuentro, cada uno de nosotros  salió por su lado, de modo que no nos viesen en grupo y así, evitar que el policía escolar nos descubriera. La última vez nos había encontrado en la parte que llamábamos  la playita del rio, por eso en esta oportunidad cambiamos de lugar y nos  fuimos hacia  los lados del puente.
Nos quitamos los uniformes escolares y nos  quedamos  en calzoncillos para evitar que se mojara la ropa, la cual doblamos cuidadosamente y colocamos lejos de la orilla del rio. Nos cercioramos que el policía escolar no anduviese por ahí cerca y nos metimos al agua. Ya yo sabía dar algunas brazadas y nos pusimos a nadar de una orilla a la otra.
Todo iba bien hasta que uno de los muchachos que iba nadando delante de mí, sin querer me pego al chapalear con los pies; al sentir el golpe en mi cara, concretamente en la nariz y notar que empezó a sangrar, me asuste tanto que me hundí hasta tocar el fondo del rio con mis pies, como pude me impulsé y subí a la superficie, pero nuevamente me hundí. Debo reconocer que estaba demasiado asustado, volví a coger impulso y cuando salí a la superficie,  llamé a gritos a mi amigo Argenis, quien al verme tan desesperado y notar que me había hundido de nuevo, rápidamente se lanzó al agua para salvarme.
Argenis era el que más sabía nadar de nosotros y de manera inteligente se sumergió y metiendo su cabeza entre mis piernas me sacó del agua y me llevó hasta el pilar del puente. Sin embargo, me encontraba tan asustado que no podía por mí mismo alcanzar la orilla. Una vez que me tranquilicé, Argenis de nuevo me ayudó a salir del agua.
Es importante decir que el  Escalante es un rio de llanura, por lo tanto es un rio caudaloso y profundo, de aguas  color de barro y además  bastante  ancho, aproximadamente, si mal no recuerdo como de unos cuarenta metros. Así que pueden imaginarse el enorme susto que me lleve.
Todos nos asustamos, incluyendo mi amigo Argenis el que me salvó; tan asustados estábamos que mis amigos le dijeron a mi mama lo que había pasado y recibí unos correazos por haber faltado a la escuela.
Jamás he olvidado este episodio de mi vida, diariamente doy gracias a Dios y le pido por aquel  amigo que de forma valiente y con mucha solidaridad salvó mi vida.