martes, 24 de noviembre de 2015


CAROLINA: HEROE ANÓNIMA


Esta historia trata de una mujer, que vivía en los suburbios de la ciudad. Era muy conocida y apreciada por todos los vecinos y habitantes de la zona. ¿Qué tiene de extraordinaria, para escribir sobre ella? Al final de la lectura lo sabrás.
Carolina, ocupaba la planta baja de la casa, la cual mantenía bien aseada. La parte alta la había acondicionado para hospedar  a las personas que necesitaban una estadía temporal.
Ella le había  dado albergue a seis niñas que habían llegado a la ciudad escapando del maltrato físico y del abandono de sus padres. Poco a poco las fue formando en valores y las enseñó a leer, a escribir y a contar. Una vez, que alcanzaron los conocimientos básicos las motivó a asistir a la escuela. Tres de ellas habían culminado los estudios de secundaria y estaban estudiando carreras cortas, que les permitiera obtener ingresos propios. Las otras tres muchachas que Carolina recogió en su casa, habían alcanzado la mayoría de edad, se quedaron a vivir con ella y se dedicaron a ayudarla a en las actividades de apoyo a la comunidad.
Entre las cualidades que tenía Carolina, destacaba una enorme sensibilidad, lo que la motivaba a estar siempre dispuesta a colaborar con sus semejantes.
En el barrio, por iniciativa de ella, se había organizado un centro comunal, donde las mujeres y las niñas podían aprender costura, manualidades y otros oficios artesanales. Además de aprender un oficio, desarrollaban competencias y técnicas artesanales tradicionales que les permitiera generar ingresos propios, así como a la conservación de las tradiciones culturales.
Carolina había contribuido, sin proponérselo, con su comunidad en el proceso de autogestión comunitaria, mediante el cual muchas señoras habían logrado aumentar sus ingresos al unirse y formar cooperativas de corte y costura unas, otras abrieron peluquerías, algunas se dedicaron a la elaboración de pan artesanal.
Las primeras señoras enseñaron a otro grupo y así fueron integrándose cada día, más y más personas de la comunidad y formándose grupos de relevo. Inclusive los hombres que habían sido inicialmente reacios a la idea de hacer cursos de capacitación, se habían incorporado organizándose para enseñar albañilería, plomería, siembra de sábila o  aloe vera, tejidos de hamacas, entre otros.
Puede decirse que en la comunidad donde vivía Carolina, realmente supieron utilizar y sacarle provecho a la organización comunitaria, con espíritu de unidad, colaboración  y bienestar para todos.
¿Cómo se había podido lograr todo eso? Gracias a la humildad de Carolina, quien con mucho amor y respeto había logrado ganarse el afecto de los vecinos de la barriada. Siempre estuvo dispuesta a ayudar a los demás, con palabras de afecto, sin ofender ni criticar a nadie. A ella se habían plegado las vecinas fundadoras del barrio, que eran las líderes y entre todas, guiadas por Carolina, habían logrado organizar y concientizar a los demás, así como también habían conseguido algunas ayudas del gobierno local.
Al centro comunal llegaban personas de otras comunidades deseosas de participar en los cursos. Eso propició que pronto se difundiera la actividad que se desarrollaba en él. Tiempo después, llegaron periodistas buscando entrevistar las personas que dirigían dicho centro, pero Carolina se las arreglaba para conservar su anonimato y persuadía a otras personas para atender a los periodistas, porque no le gustaba la publicidad.
Las que vivían con Carolina y a quien ella llamaba sus hijas eran quienes organizaban todo. Se puede decir que trabajaban detrás de cámara, Llevaban los registros de las actividades realizadas, inscribían a las personas que hacían los cursos y también a los facilitadores. Cada tres meses, Carolina y sus chicas, se reunían con los líderes comunales para exponerles las actividades realizadas y los egresos que se hubiesen presentado.
La transparencia con que manejaban todas las actividades de capacitación era la razón por la cual habían logrado tantos beneficios para la comunidad y le había permitido ganarse el respeto y la confianza.
Carolina, como tantas que existen en muchos lugares, aunque sus hazañas sean solo conocidas en su vecindario, era considerada por los miembros de la comunidad como una héroe anónima.







martes, 10 de noviembre de 2015




Hasta el siglo XX se mantuvieron las leyendas de aparecidos en los países latinos. En los años 60 la electricidad en dichos países  continuaba siendo de muy bajo voltaje, razón por la que se veía amarillenta, sobre todo en los pueblos. Quizás debido a la escasa iluminación, el ambiente era propicio para contar historias de muertos que las personas decían los veían o los escuchaban, especialmente en horas nocturnas.
En la plaza principal del pueblito ubicado en una zona agropecuaria, con grandes haciendas de ganado vacuno y famoso por la buena producción de queso, carne de calidad de exportación al igual que los plátanos, se escuchaba la algarabía de los niños que correteaban y gritaban.
La tarde iba languideciendo, los crepúsculos comenzaban a asomarse tímidamente y la plaza se iba llenando con los pobladores que gustaban reunirse y conversar en ella. Aprovechaban que había pasado la época de lluvia y buscaban la sombra de los árboles de la plaza para amortiguar el calor de la temporada.
 Como todas las tardes los muchachos, cual mariposas revoloteaban por  las inmediaciones de la plaza, en cuyos alrededores estaban la iglesia, la prefectura, la casa cural y la escuela. Jugaban a las escondidas, escogiendo como lugares para esconderse los arbustos esparcidos alrededor de la plaza.
Los niños generalmente tenían autorización de la familia para jugar, con el compromiso de  regresar a las casas antes de las ocho de la noche. Les gustaba jugar en la plaza, porque siempre había personas caminando o conversando, por eso se sentían acompañados al ver cerca a los adultos.
Eran tiempos sanos. Las casas no tenían cerraduras ni candados, la costumbre era colocar un palo detrás de la puerta, a manera de cuña, para asegurar que la misma no se abriera.
       Carlitos, un chico de unos once años se la pasaba con los demás niños del pueblo, jugando en la plaza,  la madre siempre le pedía que regresara a la casa temprano, porque al día siguiente debía levantarse para ir a la escuela. Sin embargo, a Carlitos se le pasaban las horas distraído con el juego y  siempre llegaba tarde a la casa.
         
          Por las tardanzas de Carlitos, su pobre madre se desvelaba esperando que llegara. Cada noche se repetía la historia. Solo después que llegaba Carlitos, la madre y la abuela se acostaban a dormir. Así transcurrían los días.
          Una noche, como de costumbre, se le hizo tarde. Había estado tan entretenido que no advirtió lo rápido que transcurrió el tiempo. Al Carlitos notar la soledad de las calles y la ausencia de gente en la plaza, le dijo a sus amiguitos: - Nos estamos quedando solos!  Vámonos! Todos los muchachos, gritaron casi al unísono:   Es tardísimo. Vámonos! y  cada uno salió  en dirección a su casa.
Carlitos vivía como a cinco cuadras de la plaza. Si bien, su casa no quedaba lejos, para acortar camino, tenía que atravesar un callejón corto pero muy oscuro. No había ningún posta de electricidad que alumbrara aunque fuese un poco y lo peor del caso era que en esa calle, había un gran terreno con abundante vegetación y una vieja casa derrumbada, de la que solo quedaban las  ruinas.
Mientras caminaba hacia su casa, Carlitos pensó en su mamá. Se decía para sus adentros: - Mama, debe estar disgustada porque no he llegado. – Debo apurarme. Pero, si quiero llegar rápido, tendré que pasar por el callejón oscuro.
Sus pensamientos le recordaron los rumores que se escuchaban en el pueblo. La gente decía que en las noches de luna llena, se veía ¨la aparecida¨. Hasta su tío, en varias oportunidades le había asegurado que la había visto cuando en las madrugadas se dirigía a ordeñar las vacas.
Para darse ánimo se dijo:- Yo no creo en esas historias. A lo mejor, me dicen esas cosas para que llegue temprano a casa. Carlitos, tenía once años; como todo adolescente, estaba en la etapa de rebeldía. –Ya no soy un niño. No debo tener miedo, se repetía. Para disminuir el temor que sentía aunque no quería reconocerlo, empezó a silbar.
El trayecto de la plaza hasta su casa, nunca le había parecido tan distante como esa noche. Así que para  acortar camino, decidió meterse por el callejón.  Pensó  que como había luna llena, la noche estaba clara y el callejón, no estaría tan oscuro.
Levantó la cabeza para mirar la luna, la vio resplandeciente, muy grande y redondita. En verdad, todo estaba muy iluminado con la luz de la luna y dejó de silbar, ya no sentía miedo alguno.
Siguió caminando mientras pensaba que al día siguiente tendría educación física y pasarían parte del día en el patio haciendo deporte. Le encantaban esos días en los que hacían deporte. El maestro era muy amigable y además pasaban casi todo el día fuera del salón de clases.
Se  sintió bien animado y caminaba tranquilo, sumido en sus pensamientos. Miró hacia adelante, para detallar cuanto le faltaba para llegar a su casa, cuando observó que delante  caminaba una persona. – Menos mal que la calle no está sola, pensó. Siguió caminando y pensando que  estaba pasando el callejón y que  no estaba oscuro. –Falta poco, para llegar a mi casa, pensó.
Continúo su camino  y  vio que la persona era una mujer vestida de blanco, Se le pareció a la vecina. - Que bueno, pensó. Delante va la señora Alcira, la vecina de enfrente. Voy a alcanzarla para sentirme acompañado.
Pero, instantes después, ya más cerca, observó que la mujer no avanzaba. Le pareció que se mantenía  como flotando en el mismo lugar. Quiso retroceder, pero ya estaba casi al lado, cuando miró hacia abajo vio que la mujer no tenía pies.
Entonces Carlitos, sintió que la mujer lo miraba y al pasar a su lado, vio una calavera en lugar de su cara. Salió corriendo como un bólido, sin mirar atrás y gritando. Estaba tan asustado que  no esperó llamar a su mamá, sino que empujó con el cuerpo la puerta y se tiró en la cama de la mamá, gritando:- ¡Vi a la aparecida!, ¡Vi a la aparecida!
Al día siguiente,  contó a sus amigos con lujo de detalles el susto que había pasado al ver ¨la aparecida¨. En la tarde, se dirigió a la plaza como siempre lo hacía, pero antes de reunirse con sus amigos a jugar, entró a la iglesia y prometió llegar siempre temprano a la casa.
Cuando regresó de jugar encontró al tío en la casa, quien se asombró al verlo llegar tan puntual. Carlitos le contó lo que le había pasado la noche anterior. El tío bromeando le dijo:- Ahora  si vas a dejar de estar jugando hasta tarde en la plaza, verdad?- Carlitos se quedó callado, pensando que su tío estaba en lo cierto.

Lo que no imaginó Carlitos y nunca lo supo, fue que ¨la aparecida ¨ era una especie de marioneta que su tío había colgado de unos cables que atravesaban la calle, los cuales se utilizaban para colgar banderines en las fiestas patronales , para asustarlo y lograr así que el muchacho no anduviera hasta tarde fuera de la casa.

sábado, 7 de noviembre de 2015

TACONES MAGENTA

Mis favoritos, los tacones magenta, porque han sido mi amuleto. Recuerdo el día en que finalmente   los compré. Los había visto muchísimas veces, cada vez que iba y venía del colegio me detenía frente a la vidriera de la tienda donde los exhibían. Parecía que me hablaban y me dijeran –“queremos irnos contigo”,! Llévanos! Pero mi presupuesto en esa época no me permitía adquirirlos.
Mentalmente, les respondía –Ustedes me gustan mucho, pero entiendan que en este momento no puedo darme ese lujo. Esto se repetía casi a diario, con excepción de ciertos días en que no podía detenerme, porque iba con poco tiempo para llegar puntualmente a clase.
Los meses transcurrieron y finalmente llego el día del último examen. Estaba finalizando mis estudios en la escuela de belleza, después de un largo año escolar. Como me encantaría poder estrenarme esos zapatos de tacones color magenta, el día de mi graduación. Soñar no cuesta nada, decía mi abuela, q.e.p.d.
Conversando con mi amiga y compañera de estudios Yeni, surgió la idea de como poder adquirir esos tacones magenta. Ella me dijo:-Nancy, ya somos unas profesionales de la belleza. Solo nos falta la graduación. Busquemos unas clientas, a quienes podamos ofrecer nuestros servicios de peluquería, cosmetología y manicure. – Caramba, tienes razón, le respondí. Aún sigo pensando como estudiante. Yeni me responde- Lo que tenemos pendiente por pagar son los aranceles de grado. Hagámoslo! Busquemos unas clientas.
Salimos de la escuela de belleza, a conseguir nuestros objetivos. Al pasar por la boutique donde se exhibían los tacones magenta, decidimos entrar y nos quedamos largo rato contemplándolos. Mejor dicho era yo quien los miraba embelesada; Yeni, por su lado miraba algunos accesorios.
La vendedora de la boutique nos conocía de tanto vernos pegadas a la vidriera de exhibición y nos preguntó cuál era el objeto de nuestra admiración, puesto que en la vidriera se exhibían otros artículos. Le respondí que los zapatos magenta. De manera muy entusiasta me mostro los tacones y pude observarlos con detalle. Le comente sobre mis deseos de adquirirlos y la imposibilidad de hacerlo en ese momento.  Seguimos platicando y al enterarse que éramos profesionales de la belleza, nos sugirió hacer unas tarjeticas de presentación, las cuales  podría distribuir entre las clientas.
Como una estrella fugaz, paso por mi mente la idea de ofrecerle nuestros servicios a ella, quien posteriormente exhibiría un cambio de look que podría ser desde un buen corte  o la aplicación de luz y color en su cabello. La idea le gusto, entre Yeni y yo la atenderíamos. Nos pusimos de acuerdo con respecto al lugar y el día que la atenderíamos.
Llegado el día del acuerdo, atendimos a Sunny la chica de la boutique, quien quedó espectacularmente diferente con el nuevo look y tan agradecida que ese mismo día comenzó a hacernos una publicidad, con las clientas.
Pocas semanas después, Yeni y yo, con la ayuda de la dueña de la boutique, conseguimos un espacio para alquilar e iniciar nuestra actividad como profesionales de la belleza. Ese fue el inicio de una nueva etapa en nuestras vidas. Transcurrieron varios meses y llego el dia del acto de graduación.
Toda nuestra familia y amigos asistieron al acto de entrega del documento que nos acreditaba como profesionales de la belleza, conjuntamente con la licencia para ejercer. Por esta última habíamos tenido que esperar todo ese tiempo, pero para mí había sido beneficioso porque pude reunir el dinero necesario para adquirir un hermoso vestido que hiciera juego con los tacones magenta que finalmente pude comprar.

El acto fue un acontecimiento muy emotivo, con la presencia de familiares y amigos. Ha pasado casi una década desde esa fecha. He crecido como profesional y sobre todo como persona. Aún conservo los tacones magenta, cada vez que los veo recuerdo el dicho popular :  cuando se quiere algo se puede lograr si una sabe organizarse.

jueves, 5 de noviembre de 2015


 LOS CINCO CENTAVITOS
Mi nombre es Marion, estoy trabajando en un nuevo proyecto, diseñando la decoración  del lobby de un hotel, próximo a inaugurarse  en la ciudad donde vivo. En mis ratos libres, como una manera de relajarme escribo historias, poemas, en fin, lo que se me ocurra.
En esta oportunidad, voy a escribir un cuento, inspirada en la necesidad de contribuir a realzar los valores, tema actual que pareciera haber desaparecido de la vida de muchos seres humanos.
Creo, más que cuento, es realmente una anécdota de la infancia,  una lección de vida que aprendí o mejor dicho me dio mi difunta abuela y que contribuyó en mi formación personal.
Recuerdo que mi abuela solía pasar algunas temporadas en la casa. Venia, como decía ella a temperar, cambiando de ambiente. Para el momento estaban también de visita, mi tía con su única hija, que por cierto iban juntas a todas partes.
Tendría, si mal no recuerdo,  ocho años cuando una tarde estábamos jugando mi hermano, mi prima y yo. Corríamos, saltábamos y nos escondíamos en el enorme patio de la casa.
Nuestra abuela tenía una gallinita, a pesar de que ya no se acostumbraba tener animales en las casas. La gallinita había sacado unos pollitos y nosotros veíamos como ella se entretenía cuidándolos y alimentándolos.
Esa tarde, después de haber jugado, nos provocó comer algunas golosinas, buscamos en la cocina, en la despensa, pero no conseguimos. Entonces pensamos ir hasta la bodeguita que quedaba cerca de la casa para comprar algunos caramelos, pero resulta que no teníamos dinero.
Mi prima fue hasta la habitación para revisar si tenía algunas monedas guardadas, pero no consiguió. Sabíamos que mi hermano menor si guardaba algunos ahorros, pero no quería gastarlos. De ninguna forma logramos persuadirlo para que nos regalara algunas moneditas y poder comprar las golosinas que queríamos. A él le gustaba más ahorrar, que comerse algunos caramelos.
Mi prima y yo, estuvimos pensando cómo hacer para lograr satisfacer el deseo de comer dulce, cuando de repente recordé haber visto a mi mama, colocar unos centavitos en la parte alta del escaparate. Se lo comento a mi prima y ella ni corta ni perezosa, me dice pues vamos a buscar los centavitos.
Fuimos hasta el cuarto de mi mamá, abrimos el escaparate; en la parte alta, estaban los centavitos que ella había colocado antes de salir. Como estaba muy alto y no logramos alcanzarlos, tuve que buscar una silla para subirme y poder agarrarlos.
Una vez que tenía los centavitos en mis manos, volví a colocar la silla en el lugar donde estaba, para que nadie se diera cuenta de lo que había hecho. El paso siguiente era salir de la casa y caminar hacia la bodeguita de la esquina, donde podría adquirir los caramelos.
Salimos las dos del cuarto buscando la puerta de salida, mi prima me dijo que ella no iba para evitar que nuestra abuela la reprendiera; así que tendría que ir yo sola.
Mi prima me esperaría frente al portón de salida a la calle y estaría vigilando por si veía a la abuela. Corrí lo más rápido que pude hasta la esquina de la calle, distante unos doscientos metros. Compre las golosinas y rápidamente regresé a la casa.
Resulta que cuando voy llegando veo a mi prima moviendo las manos, agitándolas muy fuerte, estaba toda asustada y mi hermano menor diciendo que me iba a acusar con la abuela porque había desobedecido la orden de no salir a la calle.
En ese momento veo venir a la abuela quien pregunta en alta voz, -¿Por qué están en la calle? Antes de que se acerque le digo a mi hermano y a mi prima: -muevan las manos como si estuviéramos metiendo las gallinas. En seguida  le respondo a mi abuela: -Estamos metiendo la gallina y los pollitos, que se salieron.
Pero mi hermano le dijo que era mentira mía, que yo me había ido a la bodega sin permiso. En ese momento me provoco agarrarlo a golpes, por acusarme.
La abuela se acercó al portón de la calle, me pidió que entrara con la consabida reprimenda y la promesa de informarle a mi mama la desobediencia que había cometido.
 Murmurando y muy molesta con mi hermano, quien por cierto no quiso comerse ninguna golosina, entré a la casa y compartí los caramelos solo con mi prima.
Cuando apenas estábamos saboreando el último de los caramelos, escuchamos el ruido del motor del carro y la corneta. Mamá había llegado con mi tía. Me puse a orar porque sabía lo que me esperaba.
Al rato, me llamó mi abuela y me llevó a la habitación de mi mama, quien estaba enterada de lo ocurrido. Mi abuela le había contado lo sucedido.
Mi mamá, quien era muy estricta, me preguntó porque había desobedecido la orden de no salir a la calle y  con qué dinero había comprado los caramelos. Le respondí con la verdad, tratando de evitar que me castigara, pero eso no impidió que me diera unos cotizasos.
          Después del castigo, me aconsejó que no lo volviera a hacer, porque coger cosas sin permiso, era robar. Recuerdo que lloré mucho. Esa noche me acosté sin comer, por lo triste que me sentía.
          Al día siguiente, mi abuela me tenía preparado mi desayuno favorito y se sentó conmigo como siempre acostumbraba, para darme consejos. Ella siempre estaba pendiente de mí, dándome consejos, enseñándome a coser, a tejer. Ella influyó mucho en mi formación. Me dijo que tenían que corregirme para que yo aprendiera. Si quería algo, debía pedirlo o ganarlo. Me dio a entender la importancia de las buenas acciones en toda mi vida, así como también que debía vivir  de manera honesta y sincera.
Jamás olvidé ese episodio, ni la reprimenda ni el castigo. Ahora agradezco haber aprendido la importancia de ser honesta. Coger algo sin permiso es ser deshonesto, aunque fueran solamente cinco centavitos.












martes, 3 de noviembre de 2015


LAS FLORES DE AUYAMA

Elena una niña de seis añitos, miraba diariamente la hermosa planta de auyama, sembrada en la casa  vecina, cuyas ramas se asomaban por la cerca.
Una tarde, el vecino, que por cierto era de origen italiano, se dirigió  a la planta, sembrada en el suelo, para recoger las flores; al acercarse, se da cuenta que las flores habían desaparecido. Intrigado, pregunta a la esposa y a los hijos, si alguno de ellos había cogido las flores. Luego de haber preguntado a la familia y darse cuenta que ninguno  había cortado las flores, decidió preguntarle a la vecina, quien era la mama de Elena.
          Conversaron acerca de la planta, de lo valiosa que era y de cómo se podían utilizar tanto sus frutos como las hojas, flores y semillas en la alimentación. El vecino le comentó que con las flores de la auyama se podían preparar sabrosas ensaladas crudas, también se consumían cocinadas al vapor.
La mama de Elena entendió la molestia del vecino, quien había esperado pacientemente seis meses para que la planta diera las flores  y poder degustarlas en una apetitosa ensalada. Así que conversó con la niña Elena, quien le respondió con la verdad, diciéndole que había cogido las bonitas flores amarillas para jugar.
A la mama, le gustó que Elena dijera la verdad, sin embargo la aconsejó que no cogiera las cosas de otra persona sin permiso. También le recomendó que debía pedir disculpas al vecino y prometer que jamás volvería a tomar lo que era ajeno.
Elena se sintió preocupada y con vergüenza, le fue muy difícil tomar la decisión de pedir disculpas. La mama la acompañó en el momento de disculparse con el vecino, quien le agradeció sus palabras y por supuesto que la disculpó.
Después de varios días, el vecino llamó a la niña Elena para darle a probar una rica ensalada que había preparado con otras flores que habían crecido y la felicitó por haber dicho la verdad.
Elena cada vez  que come auyama, recuerda la experiencia que tuvo de niña con las flores de esa planta.