Hasta
el siglo XX se mantuvieron las leyendas de aparecidos en los países latinos. En
los años 60 la electricidad en dichos países
continuaba siendo de muy bajo voltaje, razón por la que se veía amarillenta,
sobre todo en los pueblos. Quizás debido a la escasa iluminación, el ambiente
era propicio para contar historias de muertos que las personas decían los veían
o los escuchaban, especialmente en horas nocturnas.
En
la plaza principal del pueblito ubicado en una zona agropecuaria, con grandes
haciendas de ganado vacuno y famoso por la buena producción de queso, carne de
calidad de exportación al igual que los plátanos, se escuchaba la algarabía de
los niños que correteaban y gritaban.
La
tarde iba languideciendo, los crepúsculos comenzaban a asomarse tímidamente y
la plaza se iba llenando con los pobladores que gustaban reunirse y conversar
en ella. Aprovechaban que había pasado la época de lluvia y buscaban la sombra
de los árboles de la plaza para amortiguar el calor de la temporada.
Como todas las tardes los muchachos, cual
mariposas revoloteaban por las
inmediaciones de la plaza, en cuyos alrededores estaban la iglesia, la
prefectura, la casa cural y la escuela. Jugaban a las escondidas, escogiendo
como lugares para esconderse los arbustos esparcidos alrededor de la plaza.
Los
niños generalmente tenían autorización de la familia para jugar, con el
compromiso de regresar a las casas antes
de las ocho de la noche. Les gustaba jugar en la plaza, porque siempre había
personas caminando o conversando, por eso se sentían acompañados al ver cerca a
los adultos.
Eran
tiempos sanos. Las casas no tenían cerraduras ni candados, la costumbre era
colocar un palo detrás de la puerta, a manera de cuña, para asegurar que la
misma no se abriera.
Carlitos, un chico de unos once años se
la pasaba con los demás niños del pueblo, jugando en la plaza, la madre siempre le pedía que regresara a la
casa temprano, porque al día siguiente debía levantarse para ir a la escuela.
Sin embargo, a Carlitos se le pasaban las horas distraído con el juego y siempre llegaba tarde a la casa.
Por las tardanzas de Carlitos, su
pobre madre se desvelaba esperando que llegara. Cada noche se repetía la
historia. Solo después que llegaba Carlitos, la madre y la abuela se acostaban
a dormir. Así transcurrían los días.
Una noche, como de costumbre, se le
hizo tarde. Había estado tan entretenido que no advirtió lo rápido que
transcurrió el tiempo. Al Carlitos notar la soledad de las calles y la ausencia
de gente en la plaza, le dijo a sus amiguitos: - Nos estamos quedando
solos! Vámonos! Todos los muchachos,
gritaron casi al unísono: Es tardísimo.
Vámonos! y cada uno salió en dirección a su casa.
Carlitos
vivía como a cinco cuadras de la plaza. Si bien, su casa no quedaba lejos, para
acortar camino, tenía que atravesar un callejón corto pero muy oscuro. No había
ningún posta de electricidad que alumbrara aunque fuese un poco y lo peor del
caso era que en esa calle, había un gran terreno con abundante vegetación y una
vieja casa derrumbada, de la que solo quedaban las ruinas.
Mientras
caminaba hacia su casa, Carlitos pensó en su mamá. Se decía para sus adentros:
- Mama, debe estar disgustada porque no he llegado. – Debo apurarme. Pero, si
quiero llegar rápido, tendré que pasar por el callejón oscuro.
Sus
pensamientos le recordaron los rumores que se escuchaban en el pueblo. La gente
decía que en las noches de luna llena, se veía ¨la aparecida¨. Hasta su tío, en
varias oportunidades le había asegurado que la había visto cuando en las
madrugadas se dirigía a ordeñar las vacas.
Para
darse ánimo se dijo:- Yo no creo en esas historias. A lo mejor, me dicen esas
cosas para que llegue temprano a casa. Carlitos, tenía once años; como todo
adolescente, estaba en la etapa de rebeldía. –Ya no soy un niño. No debo tener
miedo, se repetía. Para disminuir el temor que sentía aunque no quería
reconocerlo, empezó a silbar.
El
trayecto de la plaza hasta su casa, nunca le había parecido tan distante como
esa noche. Así que para acortar camino,
decidió meterse por el callejón.
Pensó que como había luna llena,
la noche estaba clara y el callejón, no estaría tan oscuro.
Levantó
la cabeza para mirar la luna, la vio resplandeciente, muy grande y redondita.
En verdad, todo estaba muy iluminado con la luz de la luna y dejó de silbar, ya
no sentía miedo alguno.
Siguió
caminando mientras pensaba que al día siguiente tendría educación física y
pasarían parte del día en el patio haciendo deporte. Le encantaban esos días en
los que hacían deporte. El maestro era muy amigable y además pasaban casi todo
el día fuera del salón de clases.
Se sintió bien animado y caminaba tranquilo,
sumido en sus pensamientos. Miró hacia adelante, para detallar cuanto le
faltaba para llegar a su casa, cuando observó que delante caminaba una persona. – Menos mal que la calle
no está sola, pensó. Siguió caminando y pensando que estaba pasando el callejón y que no estaba oscuro. –Falta poco, para llegar a
mi casa, pensó.
Continúo
su camino y vio que la persona era una mujer vestida de
blanco, Se le pareció a la vecina. - Que bueno, pensó. Delante va la señora
Alcira, la vecina de enfrente. Voy a alcanzarla para sentirme acompañado.
Pero,
instantes después, ya más cerca, observó que la mujer no avanzaba. Le pareció
que se mantenía como flotando en el
mismo lugar. Quiso retroceder, pero ya estaba casi al lado, cuando miró hacia
abajo vio que la mujer no tenía pies.
Entonces
Carlitos, sintió que la mujer lo miraba y al pasar a su lado, vio una calavera
en lugar de su cara. Salió corriendo como un bólido, sin mirar atrás y
gritando. Estaba tan asustado que no
esperó llamar a su mamá, sino que empujó con el cuerpo la puerta y se tiró en
la cama de la mamá, gritando:- ¡Vi a la aparecida!, ¡Vi a la aparecida!
Al
día siguiente, contó a sus amigos con
lujo de detalles el susto que había pasado al ver ¨la aparecida¨. En la tarde,
se dirigió a la plaza como siempre lo hacía, pero antes de reunirse con sus
amigos a jugar, entró a la iglesia y prometió llegar siempre temprano a la casa.
Cuando
regresó de jugar encontró al tío en la casa, quien se asombró al verlo llegar
tan puntual. Carlitos le contó lo que le había pasado la noche anterior. El tío
bromeando le dijo:- Ahora si vas a dejar
de estar jugando hasta tarde en la plaza, verdad?- Carlitos se quedó callado,
pensando que su tío estaba en lo cierto.
Lo
que no imaginó Carlitos y nunca lo supo, fue que ¨la aparecida ¨ era una
especie de marioneta que su tío había colgado de unos cables que atravesaban la
calle, los cuales se utilizaban para colgar banderines en las fiestas patronales
, para asustarlo y lograr así que el muchacho no anduviera hasta tarde fuera de
la casa.
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