LAS
FLORES DE AUYAMA
Elena
una niña de seis añitos, miraba diariamente la hermosa planta de auyama,
sembrada en la casa vecina, cuyas ramas
se asomaban por la cerca.
Una
tarde, el vecino, que por cierto era de origen italiano, se dirigió a la planta, sembrada en el suelo, para
recoger las flores; al acercarse, se da cuenta que las flores habían
desaparecido. Intrigado, pregunta a la esposa y a los hijos, si alguno de ellos
había cogido las flores. Luego de haber preguntado a la familia y darse cuenta
que ninguno había cortado las flores,
decidió preguntarle a la vecina, quien era la mama de Elena.
Conversaron
acerca de la planta, de lo valiosa que era y de cómo se podían utilizar tanto
sus frutos como las hojas, flores y semillas en la alimentación. El vecino le comentó
que con las flores de la auyama se podían preparar sabrosas ensaladas crudas,
también se consumían cocinadas al vapor.
La
mama de Elena entendió la molestia del vecino, quien había esperado
pacientemente seis meses para que la planta diera las flores y poder degustarlas en una apetitosa ensalada.
Así que conversó con la niña Elena, quien le respondió con la verdad,
diciéndole que había cogido las bonitas flores amarillas para jugar.
A
la mama, le gustó que Elena dijera la verdad, sin embargo la aconsejó que no
cogiera las cosas de otra persona sin permiso. También le recomendó que debía
pedir disculpas al vecino y prometer que jamás volvería a tomar lo que era
ajeno.
Elena
se sintió preocupada y con vergüenza, le fue muy difícil tomar la decisión de
pedir disculpas. La mama la acompañó en el momento de disculparse con el
vecino, quien le agradeció sus palabras y por supuesto que la disculpó.
Después
de varios días, el vecino llamó a la niña Elena para darle a probar una rica
ensalada que había preparado con otras flores que habían crecido y la felicitó
por haber dicho la verdad.
Elena
cada vez que come auyama, recuerda la
experiencia que tuvo de niña con las flores de esa planta.
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