LOS CINCO CENTAVITOS
Mi
nombre es Marion, estoy trabajando en un nuevo proyecto, diseñando la
decoración del lobby de un hotel,
próximo a inaugurarse en la ciudad donde
vivo. En mis ratos libres, como una manera de relajarme escribo historias,
poemas, en fin, lo que se me ocurra.
En
esta oportunidad, voy a escribir un cuento, inspirada en la necesidad de
contribuir a realzar los valores, tema actual que pareciera haber desaparecido
de la vida de muchos seres humanos.
Creo,
más que cuento, es realmente una anécdota de la infancia, una lección de vida que aprendí o mejor dicho
me dio mi difunta abuela y que contribuyó en mi formación personal.
Recuerdo
que mi abuela solía pasar algunas temporadas en la casa. Venia, como decía ella
a temperar, cambiando de ambiente. Para el momento estaban también de visita,
mi tía con su única hija, que por cierto iban juntas a todas partes.
Tendría,
si mal no recuerdo, ocho años cuando una
tarde estábamos jugando mi hermano, mi prima y yo. Corríamos, saltábamos y nos
escondíamos en el enorme patio de la casa.
Nuestra
abuela tenía una gallinita, a pesar de que ya no se acostumbraba tener animales
en las casas. La gallinita había sacado unos pollitos y nosotros veíamos como ella
se entretenía cuidándolos y alimentándolos.
Esa
tarde, después de haber jugado, nos provocó comer algunas golosinas, buscamos
en la cocina, en la despensa, pero no conseguimos. Entonces pensamos ir hasta
la bodeguita que quedaba cerca de la casa para comprar algunos caramelos, pero
resulta que no teníamos dinero.
Mi
prima fue hasta la habitación para revisar si tenía algunas monedas guardadas, pero
no consiguió. Sabíamos que mi hermano menor si guardaba algunos ahorros, pero
no quería gastarlos. De ninguna forma logramos persuadirlo para que nos regalara
algunas moneditas y poder comprar las golosinas que queríamos. A él le gustaba
más ahorrar, que comerse algunos caramelos.
Mi
prima y yo, estuvimos pensando cómo hacer para lograr satisfacer el deseo de
comer dulce, cuando de repente recordé haber visto a mi mama, colocar unos
centavitos en la parte alta del escaparate. Se lo comento a mi prima y ella ni
corta ni perezosa, me dice pues vamos a buscar los centavitos.
Fuimos
hasta el cuarto de mi mamá, abrimos el escaparate; en la parte alta, estaban
los centavitos que ella había colocado antes de salir. Como estaba muy alto y
no logramos alcanzarlos, tuve que buscar una silla para subirme y poder
agarrarlos.
Una
vez que tenía los centavitos en mis manos, volví a colocar la silla en el lugar
donde estaba, para que nadie se diera cuenta de lo que había hecho. El paso
siguiente era salir de la casa y caminar hacia la bodeguita de la esquina,
donde podría adquirir los caramelos.
Salimos
las dos del cuarto buscando la puerta de salida, mi prima me dijo que ella no
iba para evitar que nuestra abuela la reprendiera; así que tendría que ir yo
sola.
Mi
prima me esperaría frente al portón de salida a la calle y estaría vigilando
por si veía a la abuela. Corrí lo más rápido que pude hasta la esquina de la
calle, distante unos doscientos metros. Compre las golosinas y rápidamente regresé
a la casa.
Resulta
que cuando voy llegando veo a mi prima moviendo las manos, agitándolas muy
fuerte, estaba toda asustada y mi hermano menor diciendo que me iba a acusar
con la abuela porque había desobedecido la orden de no salir a la calle.
En
ese momento veo venir a la abuela quien pregunta en alta voz, -¿Por qué están
en la calle? Antes de que se acerque le digo a mi hermano y a mi prima: -muevan
las manos como si estuviéramos metiendo las gallinas. En seguida le respondo a mi abuela: -Estamos metiendo la
gallina y los pollitos, que se salieron.
Pero
mi hermano le dijo que era mentira mía, que yo me había ido a la bodega sin
permiso. En ese momento me provoco agarrarlo a golpes, por acusarme.
La
abuela se acercó al portón de la calle, me pidió que entrara con la consabida
reprimenda y la promesa de informarle a mi mama la desobediencia que había
cometido.
Murmurando y muy molesta con mi hermano, quien
por cierto no quiso comerse ninguna golosina, entré a la casa y compartí los
caramelos solo con mi prima.
Cuando
apenas estábamos saboreando el último de los caramelos, escuchamos el ruido del
motor del carro y la corneta. Mamá había llegado con mi tía. Me puse a orar
porque sabía lo que me esperaba.
Al
rato, me llamó mi abuela y me llevó a la habitación de mi mama, quien estaba
enterada de lo ocurrido. Mi abuela le había contado lo sucedido.
Mi
mamá, quien era muy estricta, me preguntó porque había desobedecido la orden de
no salir a la calle y con qué dinero
había comprado los caramelos. Le respondí con la verdad, tratando de evitar que
me castigara, pero eso no impidió que me diera unos cotizasos.
Después del castigo, me aconsejó que
no lo volviera a hacer, porque coger cosas sin permiso, era robar. Recuerdo que
lloré mucho. Esa noche me acosté sin comer, por lo triste que me sentía.
Al día siguiente, mi abuela me tenía
preparado mi desayuno favorito y se sentó conmigo como siempre acostumbraba,
para darme consejos. Ella siempre estaba pendiente de mí, dándome consejos,
enseñándome a coser, a tejer. Ella influyó mucho en mi formación. Me dijo que
tenían que corregirme para que yo aprendiera. Si quería algo, debía pedirlo o
ganarlo. Me dio a entender la importancia de las buenas acciones en toda mi
vida, así como también que debía vivir
de manera honesta y sincera.
Jamás
olvidé ese episodio, ni la reprimenda ni el castigo. Ahora agradezco haber
aprendido la importancia de ser honesta. Coger algo sin permiso es ser deshonesto,
aunque fueran solamente cinco centavitos.
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