martes, 10 de noviembre de 2015




Hasta el siglo XX se mantuvieron las leyendas de aparecidos en los países latinos. En los años 60 la electricidad en dichos países  continuaba siendo de muy bajo voltaje, razón por la que se veía amarillenta, sobre todo en los pueblos. Quizás debido a la escasa iluminación, el ambiente era propicio para contar historias de muertos que las personas decían los veían o los escuchaban, especialmente en horas nocturnas.
En la plaza principal del pueblito ubicado en una zona agropecuaria, con grandes haciendas de ganado vacuno y famoso por la buena producción de queso, carne de calidad de exportación al igual que los plátanos, se escuchaba la algarabía de los niños que correteaban y gritaban.
La tarde iba languideciendo, los crepúsculos comenzaban a asomarse tímidamente y la plaza se iba llenando con los pobladores que gustaban reunirse y conversar en ella. Aprovechaban que había pasado la época de lluvia y buscaban la sombra de los árboles de la plaza para amortiguar el calor de la temporada.
 Como todas las tardes los muchachos, cual mariposas revoloteaban por  las inmediaciones de la plaza, en cuyos alrededores estaban la iglesia, la prefectura, la casa cural y la escuela. Jugaban a las escondidas, escogiendo como lugares para esconderse los arbustos esparcidos alrededor de la plaza.
Los niños generalmente tenían autorización de la familia para jugar, con el compromiso de  regresar a las casas antes de las ocho de la noche. Les gustaba jugar en la plaza, porque siempre había personas caminando o conversando, por eso se sentían acompañados al ver cerca a los adultos.
Eran tiempos sanos. Las casas no tenían cerraduras ni candados, la costumbre era colocar un palo detrás de la puerta, a manera de cuña, para asegurar que la misma no se abriera.
       Carlitos, un chico de unos once años se la pasaba con los demás niños del pueblo, jugando en la plaza,  la madre siempre le pedía que regresara a la casa temprano, porque al día siguiente debía levantarse para ir a la escuela. Sin embargo, a Carlitos se le pasaban las horas distraído con el juego y  siempre llegaba tarde a la casa.
         
          Por las tardanzas de Carlitos, su pobre madre se desvelaba esperando que llegara. Cada noche se repetía la historia. Solo después que llegaba Carlitos, la madre y la abuela se acostaban a dormir. Así transcurrían los días.
          Una noche, como de costumbre, se le hizo tarde. Había estado tan entretenido que no advirtió lo rápido que transcurrió el tiempo. Al Carlitos notar la soledad de las calles y la ausencia de gente en la plaza, le dijo a sus amiguitos: - Nos estamos quedando solos!  Vámonos! Todos los muchachos, gritaron casi al unísono:   Es tardísimo. Vámonos! y  cada uno salió  en dirección a su casa.
Carlitos vivía como a cinco cuadras de la plaza. Si bien, su casa no quedaba lejos, para acortar camino, tenía que atravesar un callejón corto pero muy oscuro. No había ningún posta de electricidad que alumbrara aunque fuese un poco y lo peor del caso era que en esa calle, había un gran terreno con abundante vegetación y una vieja casa derrumbada, de la que solo quedaban las  ruinas.
Mientras caminaba hacia su casa, Carlitos pensó en su mamá. Se decía para sus adentros: - Mama, debe estar disgustada porque no he llegado. – Debo apurarme. Pero, si quiero llegar rápido, tendré que pasar por el callejón oscuro.
Sus pensamientos le recordaron los rumores que se escuchaban en el pueblo. La gente decía que en las noches de luna llena, se veía ¨la aparecida¨. Hasta su tío, en varias oportunidades le había asegurado que la había visto cuando en las madrugadas se dirigía a ordeñar las vacas.
Para darse ánimo se dijo:- Yo no creo en esas historias. A lo mejor, me dicen esas cosas para que llegue temprano a casa. Carlitos, tenía once años; como todo adolescente, estaba en la etapa de rebeldía. –Ya no soy un niño. No debo tener miedo, se repetía. Para disminuir el temor que sentía aunque no quería reconocerlo, empezó a silbar.
El trayecto de la plaza hasta su casa, nunca le había parecido tan distante como esa noche. Así que para  acortar camino, decidió meterse por el callejón.  Pensó  que como había luna llena, la noche estaba clara y el callejón, no estaría tan oscuro.
Levantó la cabeza para mirar la luna, la vio resplandeciente, muy grande y redondita. En verdad, todo estaba muy iluminado con la luz de la luna y dejó de silbar, ya no sentía miedo alguno.
Siguió caminando mientras pensaba que al día siguiente tendría educación física y pasarían parte del día en el patio haciendo deporte. Le encantaban esos días en los que hacían deporte. El maestro era muy amigable y además pasaban casi todo el día fuera del salón de clases.
Se  sintió bien animado y caminaba tranquilo, sumido en sus pensamientos. Miró hacia adelante, para detallar cuanto le faltaba para llegar a su casa, cuando observó que delante  caminaba una persona. – Menos mal que la calle no está sola, pensó. Siguió caminando y pensando que  estaba pasando el callejón y que  no estaba oscuro. –Falta poco, para llegar a mi casa, pensó.
Continúo su camino  y  vio que la persona era una mujer vestida de blanco, Se le pareció a la vecina. - Que bueno, pensó. Delante va la señora Alcira, la vecina de enfrente. Voy a alcanzarla para sentirme acompañado.
Pero, instantes después, ya más cerca, observó que la mujer no avanzaba. Le pareció que se mantenía  como flotando en el mismo lugar. Quiso retroceder, pero ya estaba casi al lado, cuando miró hacia abajo vio que la mujer no tenía pies.
Entonces Carlitos, sintió que la mujer lo miraba y al pasar a su lado, vio una calavera en lugar de su cara. Salió corriendo como un bólido, sin mirar atrás y gritando. Estaba tan asustado que  no esperó llamar a su mamá, sino que empujó con el cuerpo la puerta y se tiró en la cama de la mamá, gritando:- ¡Vi a la aparecida!, ¡Vi a la aparecida!
Al día siguiente,  contó a sus amigos con lujo de detalles el susto que había pasado al ver ¨la aparecida¨. En la tarde, se dirigió a la plaza como siempre lo hacía, pero antes de reunirse con sus amigos a jugar, entró a la iglesia y prometió llegar siempre temprano a la casa.
Cuando regresó de jugar encontró al tío en la casa, quien se asombró al verlo llegar tan puntual. Carlitos le contó lo que le había pasado la noche anterior. El tío bromeando le dijo:- Ahora  si vas a dejar de estar jugando hasta tarde en la plaza, verdad?- Carlitos se quedó callado, pensando que su tío estaba en lo cierto.

Lo que no imaginó Carlitos y nunca lo supo, fue que ¨la aparecida ¨ era una especie de marioneta que su tío había colgado de unos cables que atravesaban la calle, los cuales se utilizaban para colgar banderines en las fiestas patronales , para asustarlo y lograr así que el muchacho no anduviera hasta tarde fuera de la casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario