jueves, 5 de noviembre de 2015


 LOS CINCO CENTAVITOS
Mi nombre es Marion, estoy trabajando en un nuevo proyecto, diseñando la decoración  del lobby de un hotel, próximo a inaugurarse  en la ciudad donde vivo. En mis ratos libres, como una manera de relajarme escribo historias, poemas, en fin, lo que se me ocurra.
En esta oportunidad, voy a escribir un cuento, inspirada en la necesidad de contribuir a realzar los valores, tema actual que pareciera haber desaparecido de la vida de muchos seres humanos.
Creo, más que cuento, es realmente una anécdota de la infancia,  una lección de vida que aprendí o mejor dicho me dio mi difunta abuela y que contribuyó en mi formación personal.
Recuerdo que mi abuela solía pasar algunas temporadas en la casa. Venia, como decía ella a temperar, cambiando de ambiente. Para el momento estaban también de visita, mi tía con su única hija, que por cierto iban juntas a todas partes.
Tendría, si mal no recuerdo,  ocho años cuando una tarde estábamos jugando mi hermano, mi prima y yo. Corríamos, saltábamos y nos escondíamos en el enorme patio de la casa.
Nuestra abuela tenía una gallinita, a pesar de que ya no se acostumbraba tener animales en las casas. La gallinita había sacado unos pollitos y nosotros veíamos como ella se entretenía cuidándolos y alimentándolos.
Esa tarde, después de haber jugado, nos provocó comer algunas golosinas, buscamos en la cocina, en la despensa, pero no conseguimos. Entonces pensamos ir hasta la bodeguita que quedaba cerca de la casa para comprar algunos caramelos, pero resulta que no teníamos dinero.
Mi prima fue hasta la habitación para revisar si tenía algunas monedas guardadas, pero no consiguió. Sabíamos que mi hermano menor si guardaba algunos ahorros, pero no quería gastarlos. De ninguna forma logramos persuadirlo para que nos regalara algunas moneditas y poder comprar las golosinas que queríamos. A él le gustaba más ahorrar, que comerse algunos caramelos.
Mi prima y yo, estuvimos pensando cómo hacer para lograr satisfacer el deseo de comer dulce, cuando de repente recordé haber visto a mi mama, colocar unos centavitos en la parte alta del escaparate. Se lo comento a mi prima y ella ni corta ni perezosa, me dice pues vamos a buscar los centavitos.
Fuimos hasta el cuarto de mi mamá, abrimos el escaparate; en la parte alta, estaban los centavitos que ella había colocado antes de salir. Como estaba muy alto y no logramos alcanzarlos, tuve que buscar una silla para subirme y poder agarrarlos.
Una vez que tenía los centavitos en mis manos, volví a colocar la silla en el lugar donde estaba, para que nadie se diera cuenta de lo que había hecho. El paso siguiente era salir de la casa y caminar hacia la bodeguita de la esquina, donde podría adquirir los caramelos.
Salimos las dos del cuarto buscando la puerta de salida, mi prima me dijo que ella no iba para evitar que nuestra abuela la reprendiera; así que tendría que ir yo sola.
Mi prima me esperaría frente al portón de salida a la calle y estaría vigilando por si veía a la abuela. Corrí lo más rápido que pude hasta la esquina de la calle, distante unos doscientos metros. Compre las golosinas y rápidamente regresé a la casa.
Resulta que cuando voy llegando veo a mi prima moviendo las manos, agitándolas muy fuerte, estaba toda asustada y mi hermano menor diciendo que me iba a acusar con la abuela porque había desobedecido la orden de no salir a la calle.
En ese momento veo venir a la abuela quien pregunta en alta voz, -¿Por qué están en la calle? Antes de que se acerque le digo a mi hermano y a mi prima: -muevan las manos como si estuviéramos metiendo las gallinas. En seguida  le respondo a mi abuela: -Estamos metiendo la gallina y los pollitos, que se salieron.
Pero mi hermano le dijo que era mentira mía, que yo me había ido a la bodega sin permiso. En ese momento me provoco agarrarlo a golpes, por acusarme.
La abuela se acercó al portón de la calle, me pidió que entrara con la consabida reprimenda y la promesa de informarle a mi mama la desobediencia que había cometido.
 Murmurando y muy molesta con mi hermano, quien por cierto no quiso comerse ninguna golosina, entré a la casa y compartí los caramelos solo con mi prima.
Cuando apenas estábamos saboreando el último de los caramelos, escuchamos el ruido del motor del carro y la corneta. Mamá había llegado con mi tía. Me puse a orar porque sabía lo que me esperaba.
Al rato, me llamó mi abuela y me llevó a la habitación de mi mama, quien estaba enterada de lo ocurrido. Mi abuela le había contado lo sucedido.
Mi mamá, quien era muy estricta, me preguntó porque había desobedecido la orden de no salir a la calle y  con qué dinero había comprado los caramelos. Le respondí con la verdad, tratando de evitar que me castigara, pero eso no impidió que me diera unos cotizasos.
          Después del castigo, me aconsejó que no lo volviera a hacer, porque coger cosas sin permiso, era robar. Recuerdo que lloré mucho. Esa noche me acosté sin comer, por lo triste que me sentía.
          Al día siguiente, mi abuela me tenía preparado mi desayuno favorito y se sentó conmigo como siempre acostumbraba, para darme consejos. Ella siempre estaba pendiente de mí, dándome consejos, enseñándome a coser, a tejer. Ella influyó mucho en mi formación. Me dijo que tenían que corregirme para que yo aprendiera. Si quería algo, debía pedirlo o ganarlo. Me dio a entender la importancia de las buenas acciones en toda mi vida, así como también que debía vivir  de manera honesta y sincera.
Jamás olvidé ese episodio, ni la reprimenda ni el castigo. Ahora agradezco haber aprendido la importancia de ser honesta. Coger algo sin permiso es ser deshonesto, aunque fueran solamente cinco centavitos.












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