Este era un perrito muy querido y cuidado por su
dueña, una niña adolescente, cuyos ratos libres los dedicaba a entrenar a su pequeño
poodle. Al cachorrito, como buen poodle le gustaba estar en movimiento, para
canalizar su energía.
Arlequín, llamado así por la combinación de colores de
su pelo, blanco y marrón, esperaba pacientemente la llegada de su dueña. Parecía
tener un reloj en su cuerpecito, pues cerca de las tres de la tarde, hora en
que Carmencita regresaba del colegio, Arlequín se echaba frente a la puerta de
entrada a esperarla.
Al sentir el sonido del
bus escolar, Arlequín levantaba sus orejitas y movía la colita, movimientos
corporales que demostraban la alegría que sentía cuando llegaba su amiga. Dicen
que los perros se asemejan a sus dueños, en este caso era cierto, porque
Arlequín y Carmencita se parecían en la sociabilidad y alegría.
Al abrirse la puerta de
entrada a la casa, Arlequín brincaba a los brazos de Carmencita, quien lo
abrazaba y acariciaba. Después de un largo rato, colocaba a Arlequín en el piso, quien la seguía
por toda la casa. Generalmente, se dirigía a la cocina, lavaba sus manos y se
sentaba a comer alguna fruta y a beber agua. Arlequín también bebía agua del
envase que Carmencita le tenía al lado de la puerta de la cocina; después
seguía a la jovencita hasta su habitación, donde se cambiaba el uniforme
escolar por ropa cómoda para realizar ambos, los ejercicios de entrenamiento.
La rutina consistía en
hacer movimientos de baile, al compás de la música. Esta rutina diaria era
premiada y Arlequín recibía sus galletas
favoritas al finalizar el entrenamiento. Luego Carmencita lo sacaba a dar un
paseo por el vecindario.
Carmencita estaba muy orgullosa
de su mascota porque Arlequín era muy inteligente y aprendía rápido todas las
gracias que ella le enseñaba. Cuando salían
de paseo caminaba a su lado. En el parque ella le lanzaba una pelota que
en forma muy rápida el cachorrito atrapaba.
Al regresar a la casa,
Arlequin se echaba al lado del escritorio donde Carmencita se sentaba a
realizar sus tareas escolares. El cachorrito sabía que el tiempo de jugar había
finalizado, por lo tanto tranquilito aprovechaba de descansar, mientras ella
estudiaba.
Cuando sus amigas la
visitaban, Carmencita y Arlequín hacían
una demostración de los pasos de baile que había aprendido, ellas se sorprendían de la inteligencia y la
precisión de los movimientos danzantes de Arlequín al compás de la música.
Siempre decían que Arlequín era un poodle bailarín.
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