lunes, 19 de octubre de 2015

ARLEQUIN EL BAILARIN

Este era un perrito muy querido y cuidado por su dueña, una niña adolescente, cuyos ratos libres los dedicaba a entrenar a su pequeño poodle. Al cachorrito, como buen poodle le gustaba estar en movimiento, para canalizar su energía.
Arlequín, llamado así por la combinación de colores de su pelo, blanco y marrón, esperaba pacientemente la llegada de su dueña. Parecía tener un reloj en su cuerpecito, pues cerca de las tres de la tarde, hora en que Carmencita regresaba del colegio, Arlequín se echaba frente a la puerta de entrada a esperarla.
            Al sentir el sonido del bus escolar, Arlequín levantaba sus orejitas y movía la colita, movimientos corporales que demostraban la alegría que sentía cuando llegaba su amiga. Dicen que los perros se asemejan a sus dueños, en este caso era cierto, porque Arlequín y Carmencita se parecían en la sociabilidad y alegría.
            Al abrirse la puerta de entrada a la casa, Arlequín brincaba a los brazos de Carmencita, quien lo abrazaba y acariciaba. Después de un largo rato,  colocaba a Arlequín en el piso, quien la seguía por toda la casa. Generalmente, se dirigía a la cocina, lavaba sus manos y se sentaba a comer alguna fruta y a beber agua. Arlequín también bebía agua del envase que Carmencita le tenía al lado de la puerta de la cocina; después seguía a la jovencita hasta su habitación, donde se cambiaba el uniforme escolar por ropa cómoda para realizar ambos, los ejercicios de entrenamiento.
            La rutina consistía en hacer movimientos de baile, al compás de la música. Esta rutina diaria era premiada y Arlequín recibía  sus galletas favoritas al finalizar el entrenamiento. Luego Carmencita lo sacaba a dar un paseo por el vecindario.
            Carmencita estaba muy orgullosa de su mascota porque Arlequín era muy inteligente y aprendía rápido todas las gracias que ella le enseñaba. Cuando salían  de paseo caminaba a su lado. En el parque ella le lanzaba una pelota que en forma muy rápida el cachorrito atrapaba.
            Al regresar a la casa, Arlequin se echaba al lado del escritorio donde Carmencita se sentaba a realizar sus tareas escolares. El cachorrito sabía que el tiempo de jugar había finalizado, por lo tanto tranquilito aprovechaba de descansar, mientras ella estudiaba.
            Cuando sus amigas la visitaban, Carmencita  y Arlequín hacían una demostración de los pasos de baile que había aprendido, ellas  se sorprendían de la inteligencia y la precisión de los movimientos danzantes de Arlequín al compás de la música. Siempre decían que Arlequín era un poodle bailarín.









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